LA PANTALLA COMO DISPOSITIVO
Hoy la pantalla es omnipresente y planetaria. Todos los ámbitos de nuestro vida están limitados por ella, están dirigidos por y para ella. Se comprende el mundo a través de la pantalla y nos entendemos a través de ella. Mediante ella construimos mayoritariamente nuestra experiencia. La vemos y la tocamos. Y ahora también se le dedica ese gesto tan humano de la caricia. Es más, es (casi) la principal forma de relacionarse con el otro, con los otros, pero también con el resto de la realidad. La pantalla ya no es pues un mapa o un espejo, que diría Lacan. Por su relevancia ritual se ha convertido en una fuente privilegiada para la construcción de identidades. En este sentido, que la experiencia esté mediada por la pantalla constituye un rasgo característico de la sociedad occidental tecnologizada. De tal forma que, como nos sugiere Israel Márquez, en su personal y documentado ensayo Una genealogía de la pantalla. Del cine al teléfono móvil (2015), ya no podemos vivir sin ella. Se ha convertido en la prótesis más importante de nuestras vidas.
Bajo esta perspectiva, Márquez nos propone una historia alternativa de los medios de comunicación que pasa por conocer la historia de este dispositivo, de dónde viene, cómo se ha desarrollo y hacia dónde va. Si bien no se desarrolla aquí una genealogía al modo foucaultiano, sí se examina con atención la hibridación entre tecnologías, medios, usos y hábitos. Pronto salta a la vista que la pantalla constituye un dispositivo peculiar por cuanto interviene en la gestión de la experiencia en un doble nivel: 1) epistémico, en la medida en que pone en juego las relaciones de constitución entre sujeto y mundo y 2) simbólico, al determinar el proceso de mediación de la experiencia, dotándola de sentido. Tal y como esbozó Jeremy Rifkin, en La era del acceso. La revolución de la nueva economía, constituiría también un dispositivo sobre el que se articula una de las estructuras comerciales dominantes en la sociedad contemporánea: la industria cultural. Por ello, no es causal que en esta genealogía la pantalla de cine tenga un papel determinante. Sería la primera de las muchas que estaban todavía por llegar.
El nacimiento y evolución de la pantalla de cine, desde las proyecciones de aquellos primeros fantasmas que buscaban provocar el miedo en el espectador hasta la llegada de los autocines, pasando por el desarrollo del cine sonoro y del cine a todo color se analizan en el capítulo primero. De manera amena, Márquez nos relata surgimiento del star system y las nuevas mitografías asociadas al precoz cinema así como el cambio radical en la industria del consumo que significó la salida al aire libre de la gran pantalla con el auge de los autocines después de la Segunda Guerra Mundial. Con el tiempo, la gran pantalla será sustituida por una más pequeña, la de nuestra doméstica televisión. La televisión posibilitó un cambió en el patrón de consumo pero también una transformación radical en la construcción de la realidad y de la experiencia, menos aristocrática, en la medida en que ofrecía un soporte técnico electivamente afín a difusión de los valores culturales y la organización social y política de la sociedad democrática de masas. De manera equilibrada, Márquez reconoce bien la conversión en industria de la televisión, así como su íntima relación con el poder y con la construcción de la realidad y de hegemonía cultural, pero también advierte del poder del espectador sobre el contenido. El desarrollo del vídeo y del mando a distancia fue una muestra de ello. El primero trajo consigo una cinefilia más democrática que aquella ligada al cine. Como nos recuerda, de repente surgen especialistas autodidactas en áreas anteriormente elitistas como el cine B, el cine de explotación y el llamado cine de culto. Ese es el contexto en el que emergerán directores como Quentin Tarantino, Kevin Smith o Larry Cohen entre otros. Con el segundo, el público podía fabricar sus propias opiniones y también su propio acceso a la realidad. Con Bauman se puede concluir que: “La libertad última está orientada hacia la pantalla, se vive en compañía y se llama zapping”. La reacción ante el auge de la televisión por parte de la industria cinematográfica consistió en volver a atraer al público a las salas de cine con pantallas más grandes en un primer momento y con más pantallas después. A través de los complejos multiplex el cine se integrará en el centro comercial. En él, el cine dejó de ser un espectáculo cercano e íntimo para convertirse en todo un acontecimiento.
Con el nacimiento y la evolución de los videojuegos, las pantallas fueron ganando en interactividad. El habitual espectador dejó de serlo para convertirse en “interactor”. El caso paradigmático sería la pantalla de la Nintendo DS que desdobla nuestra experiencia en dos yos distintos y distantes. El de la pantalla superior contemplativo y el de la pantalla inferior de rasgos más activos. En este sentido, a través de la referencia a William Gibson, el autor pone de manifiesto como el jugador de videojuegos es alguien que se ha fusionado con la máquina, recreando la imagen moderna del ciborg en donde los elementos orgánicos y los dispositivos tecnológicos se ensamblan para formar un solo ser.
Por su parte, el surgimiento de la ciberpantalla también vino acompañado de un profundo cambio del sujeto con el mundo y consigo mismo en consonancia a su experiencia del mundo cibernético, de la web y de la sociedad-red. Se trata de un sujeto con una identidad diferente: “pantallizado”, descentrando, múltiple, acelerado, fragmentado y, al mismo tiempo, simultáneo. Es una experiencia del umbral que llega incluso a meter en colisión al yo real con el virtual. Como señala Zizek: “La interfaz de la pantalla funciona de forma análoga al psicoanalista: las suspensiones de las normas simbólicas que regulan mi actividad en la VR me permite externar-escenificar mi contenido reprimido, que de otra forma soy incapaz de confrontar”. En verdad como advirtió Dominique Wolton el tiempo acelerado y discontinuo paraliza la creación de identidades estables y fomenta el surgimiento de personalidades narcisistas. Las redes sociales dan buena cuenta de ello. Que las pasiones ocupen un lugar predominante en la política y en la teoría política actual también. Ya no sabemos si controlamos la pantalla o estamos controlados por ella. Con Baudrillard y Zizek, Márquez puede asegurar que se impone la conexión permanente, la actividad forzada, el trabajo interminable. La inutilidad del tiempo de hecho ya no puede ser planteada. Ya no hay pausa. En todo momento, tenemos que responder al comentario de Facebook, retuitear el último hashtag o subir un nuevo selfie a Instagram. La vida en la pantalla. La vida es la pantalla. Así, la pantalla móvil es el cumplimiento definitivo de ello. ¿O no miramos el teléfono móvil esperando que algo suceda? De hecho, solo sucede lo que irrumpe en nuestro móvil y por lo tanto irrumpe en nuestra vida. Márquez lo ha visto claro: “Me conecto, luego existo”.
Como pone de evidencia el ágil ensayo de Israel Márquez, conocer la historia de este dispositivo técnico es hoy más necesario que nunca. Y este es el gran acierto de este libro: reconstruye una genealogía de la pantalla que nos informa de cómo se ha venido manifestando este dispositivo y de cómo lo hemos experimentado. Hay luego algunos puntos de vista esenciales que no caen bajo el paraguas de este trabajo y que tendrían que ver con las consecuencias antropológicas de los nuevos dispositivos de pantalla y sus efectos políticos y culturales. Sin caer en los reproches que se le hicieron a la televisión, se puede aseverar que circunscribir todos los eventos de nuestra vida a lo que ocurre en la esfera privada tal y como parecen acarrear los nuevos dispositivos tiene sus riesgos. Un gran tejido de solidaridades difusas perpetuamente conectadas pero despolitizadas no permite, a mi modo de ver, seguir hablando de construcciones democráticas de un mundo en común. Es más, la apuesta, más allá de restos comunitaristas, por el individualismo y la esfera privada como nichos incuestionables de autorrealización hacen que cualquier compromiso con la justicia y la verdad quedé reducido a mera imagen. Y ese es precisamente el espacio que conviene a cualquier poderoso.
Israel Márquez (Madrid, 1983) es doctor europeo en ciencias de la información por la Universidad Complutense de Madrid (Premio Extraordinario de Doctorado, curso 2012-2013) y máster en sociedad de la información y el conocimiento por la Universitat Oberta de Catalunya. Ha sido investigador visitante en la School of Literature, Media, and Communication del Georgia Institute of Technology (Atlanta) y en la IT University of Copenhagen (Dinamarca). Ha publicado diversos artículos sobre cultura digital y nuevos medios en revistas académicas y volúmenes colectivos y ha participado en numerosos congresos nacionales e internacionales. Una genealogía de la pantalla. Del cine al teléfono móvil es su primer libro en Anagrama.
https://www.anagrama-ed.es/libro/argumentos/una-genealogia-de-la-pantalla-del-cine-al-telefono-movil/9788433963895/A_487