Byung-Chul Han y el panóptico digital
Cada uno de sus libros ha servido para dibujar las siluetas de la sociedad digital que habitamos. La explotación devenido en autoexplotación según La sociedad del cansancio (2012), la gran nube de información que cruza todos los datos de las redes sociales llamada Big Data brinda psicoperfiles de los usuarios que son usados para controlarlos según La sociedad de la transparencia (2013), un hombre digital y sin clase social se diluye en En el enjambre (2014), la represión ha sido sustituida por el exceso de información y de placer según La expulsión de lo distinto (2017). Lo cierto es que en sus obras Byung-Chul Han describió a un sujeto contemporáneo que tiene resueltas sus necesidades básicas, pero no sus angustias. Que al estar expuesto como mercancía en las redes sociales entre el flagelo de la transparencia o el auge de la autoexploración, se encuentra deserotizado, cansado y víctima del vértigo que le impone a su vida la sociedad del rendimiento.
Si el aporte filosófico de Michel Foucault contra el capitalismo fue la fundación en los años 60 del Grupo de Información sobre las Prisiones, con el fin de denunciar las condiciones carcelarias y el análisis de las nuevas formas de dominación, para lograr desenmascarar cómo el Estado aumentaba y desarrollaba nuevas formas de control en la población, Byung-Chul Han le viene a dar una vuelta de tuerca más al planteo, analizando el arsenal de herramientas digitales con las que el sistema nos somete y controla.
El profeta del Big Data
Hay dos conceptos que son centrales en Foucault y en su teoría del poder: Panóptico y Biopolítica. Para el autor el poder no se posee, sino que se ejerce en relaciones no-igualitarias. Está presente en todos los ámbitos de las sociedades, no hay zonas sin poder. En este sentido, se sostiene que toda la sociedad es un complejo de relaciones físicas de poder en donde el Panóptico es la manifestación más acabada de esta nueva forma de control (capitalista) que se materializa en esta máquina que se ocupa de disociar el ver-ser visto.
Byung-Chul Han tomó todos estos conceptos y los actualizó al calor del siglo XXI. El panóptico se modernizó en la forma de las redes sociales, ahora “cada uno es panóptico de sí mismo” [1]. La antigua Biopolítica quedó ahora superada por la “Psicopolítica” y su psicopoder, que se basa en la creación de psicoperfiles de la población a partir del cruzamiento de datos e información recopilada en nubes online denominadas Big Data, que son administradas por las empresas y ofrecidas como mercadería al Estado Big Brother, creando así una forma de control y organización social llamadas Big Deal. Que según el autor significaría “el fin de la libertad”.
El mundo de Byung-Chun Han es posmoderno, poscapitalista y posmarxista. En primer lugar, ya no hay más clases sociales:
Los habitantes del panóptico digital no son prisioneros. Ellos viven en la ilusión de la libertad. Tal desarrollo hay del individualismo en esta época que ya no existe el “otro” ni siquiera como explotador que me fuerza a trabajar y me aliena de mí mismo; en realidad, me exploto a mí mismo voluntariamente creyendo que me estoy realizando. El trabajador desapareció, ya no hay más, solo “usuarios digitales”. El individualismo se desarrolló tanto que reemplazó al partido político como forma de organización, las masas ahora son “enjambres de puras unidades”. En este mundo de sensación de libertad es imposible la resistencia y mucho menos una revolución ya que “no existen otros de quienes provenga una represión” [3].
Filosofía para invernadero
La realidad que describe este autor en sus textos es dura y de un pesimismo inexorable. Es un mundo en donde somos explotados inconscientemente por un sistema económico que solo quiere nuestros datos personales de usuarios, ya que la ganancia socialmente producida, o riqueza, no se la lleva nadie ya que no hay clases sociales [¡!].La salida que ha encontrado este pensador crítico para no sucumbir ante semejante realidad es un argumento que podría haber dicho el propio Heidegger: simplemente, no-ser. Lo que el autor nos propone es que dejemos de ser funcionales al sistema que nos oprime de forma pasiva “vaciando nuestro ser”:
Más concretamente, lo que propone es que nos convirtamos en “idiotas” en el sentido clásico del término, el cual significa preocuparse solo por lo privado o personal. “El idiotismo descubre al pensamiento un campo inmanente de acontecimientos y singularidades que escapa a toda subjetivización y psicologización” [5]. ¡No se deje dominar y sea un idiota! es la estrategia que nos propone Byung-Chul Han para oponerse a la sociedad del cansancio. Ya que al fin y al cabo “el idiota no es ningún sujeto: más bien una existencia floral, simple apertura hacia la luz” [6].
El autor en cuestión tiene una fórmula propia de resistencia política que no convierte en categoría o programa político, pero comparte: hace diecisiete años que no tiene celular, no hace turismo, en casa solo escucha música analógica (“tengo un ’Rocola’ y dos pianos”) y ha dedicado tres años de su vida a “cultivar un jardín secreto”, cuya experiencia y conclusiones teóricas plasmó este año en Loa a la Tierra. Un viaje al jardín (Barcelona, Herder, 2019). En esta obra plantea atentar individualmente contra el sistema desde el no-hacer: hay que vaciarse de esa lógica occidental que pretende encontrarle una recompensa o beneficio a cada acción o decisión que tomamos, y simplemente liberarnos de la economía detrás de nuestros movimientos. El filósofo coreano tiene a la digitalización por enemiga del silencio y de lo táctil, una aniquiladora de “la propia realidad”. Su pequeño jardín, en cambio, le amplía el mundo, recupera la noción de su ser y tiempo.
Más allá de las parábolas de tipo religiosa o las referencias a la filosofía de Martin Heidegger, lo que Byung-Chul Han está proponiendo es negar o dejar las redes sociales, lo cual hoy podemos considerar como una especie de parodia del “ludismo” [7] del siglo XXI. Los avances técnicos y tecnológicos son impresionantes e incluso han demostrado la capacidad de ser muy útiles en las luchas contra el sistema, como lo mostraron las rebeliones durante la “Primavera Árabe” o con los “Chalecos Amarillos” en Francia, y ni hablar de los manifestantes de Hong Kong que actualmente están usando aplicaciones como Tinder o Pokemón para organizar sus intervenciones callejeras. Aquí nos centraremos en este aspecto.
Una loa no es un manifiesto
Tal y como en el siglo XIX contra la maquinaria capitalista surgieron en la izquierda quienes tenían un discurso tecnófobo, hoy también aparecen sectores críticos que demonizan las redes, algunos con fundamentos concretos, pero exagerados.
En el documental El gran hackeo (Netflix 2019) se cuenta el caso de Cambridge Analityca, una empresa de “campañas electorales” que, valiéndose de la información obtenida de los datos personales de la población vendidos por Facebook, influyó y operó políticamente en las elecciones norteamericanas que dieron por ganador a Trump y, en el caso de Brasil, a Bolsonaro (entre muchos otros países).
Subvertir la tecnología al servicio de la lucha de los explotados en una tarea de la izquierda en el siglo XXI. Desde el 2011 los movimientos juveniles se apropiaron de las redes sociales para fomentar la organización política. Del 15M en el Estado Español, la Primavera Árabe, el Occupy en Estados Unidos y en México con el #YoSoy132. Las redes sociales fomentaron la organización, no la reemplazaron, pero su empleo ayudó a organizar las protestas callejeras, enfrentar la represión y realizar asambleas.
En el 2011 la revista Time eligió como personaje del año a ‘The protester’, en honor a los jóvenes que habían salido a la lucha en la llamada Primavera Árabe, ganándose el respeto de todo el mundo al tirar abajo regímenes como el de Mubarak en Egipto, y donde todos señalaban el uso de las plataformas Twitter y Facebook como catalizadores y hasta ordenadores del descontento social. Esta adopción de un instrumento técnico como principal referencia para interpretar un fenómeno social es el principal rasgo y defecto de los que se podría denominar determinismo tecnológico. Ninguna herramienta puede ser motor de cambio por sí misma; las redes sociales trabajan sobre un escenario de tensiones sociales reales y a lo sumo puede catalizar procesos de una manera distinta a las conocidas, con más velocidad y otras escalas, pero no determinarlos.
¿Los datos personales a quién le pertenecen?
La minería de datos fue señalada por The Economist, en mayo de 2017, como “el recurso más valioso del mundo”; las acciones de Facebook y Twitter en la bolsa de valores en Wall Street llegaron a cotizar más que la de las petroleras, el valor de los datos personales llegó a cotizar más que el barril de crudo. Así se establecieron nuevas reglas de competencia, los nacientes gigantes tecnológicos fueron negociando con los representantes de los medios tradicionales a lo largo de los años, logrando así alianzas comerciales lucrativas para ambos, ya que bajo el dominio de los algoritmos no existe ninguna verdadera democracia en la difusión de la información salvo que medie el dinero o los grandes acuerdos comerciales. Y aunque no medie, el algoritmo tiene el objetivo de concentrar a los usuarios en “burbujas de eco” que permiten familiarizarse y conocer mejor sus gustos y de esa forma elaborar psicoperfiles acabados que se comercian.
En La sociedad de la transparencia (2013) Byung-Chul Han remarca que parte del dominio inexorable de las redes sociales está en el hecho de que la gente voluntariamente entrega sus datos e información a las corporaciones por medio de las redes, pero nada más lejano de la realidad. Los datos personales son sustraídos involuntariamente a los usuarios por medio del engaño y abuso, no es algo que los usuarios acepten de forma consciente. Nadie entregaría sus datos sabiendo que las plataformas se quedan con el derecho de autor de los mismos para venderlos.
El mundo post
El mundo que nos dibuja Byung-Chul Han es la muestra más acabada del paradigma filosófico neoliberal imperante: un mundo posideológico, pospolítico, posindustrial, posnacional, postrabajo y, en definitiva, posmoderno, donde la única certeza es el dominio absoluto del neoliberalismo y la predominancia de la derecha. En ese sentido la filosofía del autor es fomentar el escepticismo en la posibilidad de nuevas revoluciones que den por tierra con el dominio del capital. En la filosofía post la autonomía de la política pasó a depender casi exclusivamente del discurso, que queda supeditado a las redes sociales, el Big Data y la micro segmentación.
Pero tanto el Big Data como los algoritmos que la controlan son parte de lo que Marx llamo “general intellect” [8] de la humanidad. Aunque hoy usado de un modo contrarrevolucionario, despótico y reaccionario, es parte de la actividad creadora de la humanidad. Karl Marx sostenía que este intelecto general o colectivo es la acumulación histórica de conocimientos y experiencia realizados a lo largo de generaciones, que el capitalismo intenta privatizar para ponerlo a producir ganancias.
Esto se puede apreciar en el hecho de que las patentes, los servidores y los cableados se encuentran en manos privadas. Cuando fueron los disturbios de Egipto en la Primavera Árabe fueron las empresas las que bloquearon la mensajería; cuando comenzaron las movilizaciones de protesta en China, fue el Estado el que cortó los servidores. La expropiación de todos estos recursos tiene necesariamente que ser una tarea de primer orden para que estén al servicio de la sociedad en su conjunto.
El control de la tecnología total del capital se podría convertir en una potencia productiva social para toda la humanidad y con ello de la riqueza general total. Pero eso solo será posible si la clase trabajadora conquista el poder del Estado, expropia a la burguesía y pone esos recursos en función de la planificación democrática de la economía no para la ganancia sino satisfacer las necesidades sociales, como parte del camino para acabar con las explotación, la opresión, las clases y el Estado, es decir, hacia el comunismo.
Las redes sociales y la lucha de clases
El uso de la tecnología es básicamente un efecto de otras causas; ni las instituciones que las regulan, ni los usos y prácticas culturales que la sustentan, son determinadas de manera aislada. Toda reactivación de la lucha de clases, todo proceso de rebelión o revolución, trastocará inevitablemente el uso de las redes. Movimientos de movilización internacional como el de las mujeres muestra la vitalidad actual de las conexiones que también se potencian por la red.
Parte de esto es lo que estamos ensayando con la experiencia de la Red Internacional de diarios La Izquierda Diario, que actualmente sale en 12 países y 8 idiomas distintos. Lo que ha cambiado es que la lucha anticapitalista ahora enfrenta el asentamiento de viejos enemigos con nuevos métodos que deben ser apropiados por los trabajadores.
Por otro lado, la contradicción que se presenta hoy tiene dos caras: es un error pensar que dado que los algoritmos son instrumentos de control no debemos usar redes sociales desde un punto de vista de izquierda. Pero por otro lado, también lo es que su uso sin actividad en las calles y en la lucha de clases pueda modificar las condiciones sociales. La discusión que queremos abrir es que el problema nunca es la tecnología, sino en manos de quién está, y que bajo otra lógica, los avances tecnológicos podrían potenciar el espíritu creativo, liberador y disfrutable. Mientras que bajo la lógica capitalista esos avances sirven para la dominación, la estafa y el control.
FUENTE PERIODISTICA ONLINE: La Izquierda Diario: 5 años de una experiencia inédita a nivel internacional