Las grandes tecnológicas concentran demasiado poder
Conservadores y liberales debaten todo el tiempo los méritos de “el mercado libre” versus “el gobierno”. A cuál le creemos más delinea la principal división ideológica de EE.UU.
En realidad, no son dos cosas separadas. No puede haber un mercado sin un gobierno. Legisladores, jefes de organismos y jueces deciden las reglas del juego. Y, con el paso del tiempo, las modifican. Lo importante, que casi nunca se debate, es quién tiene más influencia en esas decisiones y de esa manera gana el juego.
Dos siglos atrás, los esclavos estaban entre los bienes más valiosos de la nación, y después de la Guerra Civil, posiblemente fue la tierra. Luego fábricas, máquinas, ferrocarriles y petróleo transformaron a Estados Unidos. Para los años 20, la mayoría de los trabajadores estadounidenses eran empleados, y el tema más controvertido relacionado con la propiedad fue su libertad para organizarse en sindicatos.
Hoy por hoy, la información y las ideas son las formas de propiedad más valiosas. La mayor parte de su costo de producción está en descubrirla o en hacer la primera copia. Después de eso, el costo de producción adicional suele ser cero. Esa “propiedad intelectual” es la pieza fundamental de la nueva economía. Sin decisiones gubernamentales sobre qué es, quién puede ser su dueño y en qué términos, la nueva economía no podría existir.
Pero como ocurrió antes con otras formas de propiedad, los dueños políticamente más influyentes de la nueva propiedad están haciendo todo lo posible para aumentar sus ganancias creando monopolios que con el tiempo deben ser destruidos.
Además, las propiedades intelectuales más valiosas son las plataformas tan ampliamente utilizadas que todo el mundo tiene que usarlas. Pensemos en sistemas operativos estándar como Windows de Microsoft o Android de Google, o en el motor de búsqueda de Google, o el sistema de compras de Amazon o la red de comunicación de Facebook. Google opera dos tercios de todas las búsquedas en Estados Unidos. Amazon vende más del 40% de los libros nuevos. Facebook tiene casi 1500 millones de usuarios activos por mes en todo el mundo. Aquí es donde está el dinero.
Pese a la explosión en la cantidad de sitios web de los últimos 10 años, las visitas a páginas se concentran cada vez más. Mientras que en 2001 los 10 websites más importantes representaban el 31% de todas páginas consultadas en Estados Unidos, para 2010, las top ten representaban el 75%. Google y Facebook son ahora las primeras paradas para muchos estadounidenses que buscan noticias, si bien el tráfico de Internet a buena parte de los diarios del país, televisión de redes de difusión y otras agencias de recopilación de noticias ha caído muy por debajo del 50% del tráfico total. Mientras
tanto, Amazon es hoy la primera parada para casi un tercio de los consumidores estadounidenses que desean comprar algo. Esto sí es poder.
Las grandes plataformas permiten a los creadores mostrar e incorporar nuevas aplicaciones, canciones, libros, videos y otros contenidos. Pero casi todas las ganancias van a los dueños de las plataformas, quienes tienen todo el poder de negociación.
Contraria a la visión convencional de una economía estadounidense rebosante de pequeñas empresas innovadoras, la realidad es muy distinta. El ritmo de creación de nuevas firmas en Estados Unidos se desaceleró notablemente desde fines de los años 70.
La “Big Tech”, con sus patentes de gran alcance, plataformas estándar, legiones de abogados para litigar contra potenciales rivales y ejércitos de lobbistas ha levantado impresionantes barreras a los nuevos participantes.
El sistema de patentes es crucial para la innovación. La ley otorga 20 años de protección de patente a las invenciones “nuevas y útiles”, según la Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos. Pero los ganadores son lo suficientemente grandes para manipular el sistema. Hacen pequeñas mejoras para garantizarse nuevas patentes, logrando así que su propiedad intelectual sea semipermanente. Colleen V Chien, asesora de la Casa Blanca en materia de propiedad intelectual, señaló en 2012 que Google y Apple estaban gastando más dinero en adquirir patentes–por no mencionar las que pleitea– que en hacer investigación y desarrollo.
Las leyes antitrust solían combatir esta suerte de poder del mercado. En los años 90, el gobierno federal acusó a Microsoft de ligar ilegalmente su popular sistema operativo Windows con su navegador Internet Explorer para crear un estándar en la industria que ahogaría a la competencia. Microsoft arregló el caso acordando compartir sus interfaces de programación con otras compañías. Pero desde entonces, la “Big Tech” casi no ha sido alcanzada por una supervisión antimonopolio seria, aun cuando las más grandes empresas de tecnología tienen más poder que nunca en el mercado. Quizás esto se deba a que han acumulado tanto poder político.
Google se encamina a una gran batalla con funcionarios antimonopolios en la Unión Europea. No es casualidad que Europa también esté investigando a Amazon por ahogar supuestamente a la competencia en el tema de libros electrónicos, y a Apple por hacer lo mismo con la música. Aunque muchos en este lado del Atlántico creen que Europa está atacando a estos gigantes de la tecnología porque son estadounidenses, otra posible explicación es que Google, Amazon y Apple no tienen tanto poder político en Europa como en Estados Unidos.
El poder político y el económico no pueden ir separados porque las corporaciones dominantes ganan influencia política en el modo en que se sostienen y apuntalan los mercados, lo que aumenta aún más su supremacía económica. Uno de los objetivos originales de la ley antitrust fue evitar esto. La Ley Sherman Antimonopolio fue aprobada rápidamente por el Congreso y rubricada por el presidente Benjamin Harrison el 2 de julio de 1890. Doce años más tarde, el presidente Teddy Roosevelt la utilizó en contra de la Northern Securities Company, que dominaba el transporte ferroviario en el Noroeste. En 1911, el presidente William Howard Taft disolvió el imperio de Standard Oil. El trasfondo de la cuestión tiene poco que ver con si preferimos el “libre mercado” o el gobierno. La verdadera cuestión es cómo el gobierno organiza el mercado y quién tiene la mayor influencia sobre sus decisiones. Hoy estamos en una nueva edad dorada similar a la primera Edad Dorada, cuando se promulgaron las leyes antimonopólicas del país. Como entonces, aquellos con gran poderío y recursos están haciendo que el “libre mercado” funcione a su favor. La Big Tech –junto con los gigantes de la industria farmacéutica, de seguros, de agricultura y de finanzas– domina tanto nuestra economía como nuestra política.
Pero mientras sigamos obsesionados con el debate sobre los méritos relativos del “libre mercado” y del “gobierno”, tendremos pocas esperanzas de ver qué está pasando y de hacer lo necesario para que nuestra economía funcione para la mayoría, no para la minoría.