Soberanía digital. ¿Facebook abandona Europa?
Existe una incomodidad evidente entre los Estados modernos y la digitalidad, especialmente con aquellas empresas que han tomado tal dimensión que se han convertido en gigantes monstruos. La discusión copó la escena internacional con la amenaza de Facebook de abandonar Europa si lo obligaban a radicar sus servidores en el viejo continente al momento de operar con usuarios locales. Poniendo blanco sobre negro: una empresa amenaza a un continente entero, quizas uno de los continentes con mayor densidad política y regulación institucional que existe y la amenaza fue clara: nos vamos.
Desenredemos el conflicto.
La categoría de Estado, a grandes rasgos, se crea en torno a una hegemonía y control de un territorio determinado, delimitado por sus fronteras. Pero estas fronteras en la digitalidad no son claras o son directamente inexistentes. A esto se le suma, que los datos que generan sus usuaries, son la mercancía de la cual se valen las empresas del mundo digital.
Aquello que parece un servicio gratuito, es un compra-venta entre jugadores que se esconden detrás de logos y donde le usuarie y sus datos, son el producto. Los verdaderos compradores son empresas que utilizan estos universos para publicitar, algunos a menor escala, otros de manera masiva. Si sus ciudadanes son entonces la mercancía, es lógico que los Estados planteen regulaciones al momento de administrarlos, pero la realidad es que llegan tarde a un partido que ya se está jugando hace bastante tiempo, y en el cual ya vienen perdiendo por goleada.
Los mercados digitales están altisimamente concentrados. Pocos jugadores poseen control sobre casi toda la cadena de producción, en cuanto a segmentos completos de distribución, infraestructura, acceso, creación de contenidos y almacenamiento. Facebook no es la excepción, desde su creación compró Instagram, Whatsapp y Oculus, entre otros. Se suma que casi todos estos jugadores son internacionales, operan a escala global y para coronar el conflicto, poseen tasas de ganancia siderales. Sería imposible calcular cuánto de la economía de Europa se rige por las distintas plataformas que provee facebook, pero su nivel de concentración es tal, que podría dejar aislados a millones de ciudadanos con el
pulsar de un click. Su poder es evidente y lo hacen valer al momento de negociar.
La legislación nacional parece no poder hacerle ni cosquillas a estos gigantes y pone de manifiesto la necesidad de la integración regional para poder tener aunque sea una mínima palanca en la negociación. En LatinoAmerica, lamentablemente, no existen desarrollos claros en este sentido, habiéndose abandonado la UNASUR y amenazando con romper el Mercosur todos los meses. De la misma manera, los Estados locales poseen desarrollos germinales en materia de gobernanza local de las tecnologías digitales. Resulta interesante la apuesta del gobierno de Alberto Fernandez de lanzar el plan Argentina Conectada, con inversiones multimillonarias en fibra óptica, televisión e inclusive satélites, y decretando internet como servicio público esencial. Esto puede configurarse como un primer paso, a complementar después con leyes de fomento como la de Economía del conocimiento y que posteriormente empuja a abrir la caja de pandora: regular los monopolios digitales.
La experiencia fallida de la ley de medios deja en evidencia la falta de poder por parte de los Estados Nacionales frente a los monopolios con poder de influencia en la esfera social. En el caso de la digitalidad es peor, ya que la escala de las empresas a regular es mucho más grande, está localizada en otro territorio y posee llegada directa a los celulares de miles de habitantes. La coyuntura exige precisión al momento de desarrollar un nuevo concepto que se viene barajando en los mundos informáticos: la soberanía digital. Nos remitimos a la definición más de diccionario que existe de la soberanía, la que ofrece Rosseau, donde es un pueblo quien delega en un grupo menor para que lo gobierne. Los sectores concentrados de la digitalidad son casi la antinomia de la democracia, operan contra gobiernos locales, no son transparentes ni permiten su regulación. Sin embargo, el camino hacia la soberanía parece estar enmarcada en procesos que excedan lo nacional para ubicarse en lineamientos regionales internacionales, por su escala.
Cuando hablamos de los universos digitales, no hay que perder nunca de vista que no son canales impolutos sobre los cuales circula la información. Parafraseando a Augusto Boal, la digitalidad está más cerca de la poesía que de la sociología, y como toda poesía es un arte, y como todo arte es político, y como todo lo político es un arma, y como todo arma, se usa a favor de unos y en contra de otros. La convergencia digital, parece ser una de las claves para entender cómo operan los servicios digitales: en ellos ‘convergen’ las distintas formas de distribución y expresiones artístico-culturales. Radio, TV, diario, libro, música, cine, arte visual, videojuegos y ahora, también, las artes escénicas, pierden su materialidad y setransforman en 1s y 0s. Esto sumado a la expansión de las redes, permiten que se unifique un mecanismo de distribución de los mismos a través de soportes virtuales. Los consumos culturales se profundizan año a año y la pandemia los acelera, expandiendo la demanda.
El carácter simbólico de la digitalidad y la circulación de este tipo de bienes posee entonces otra arista a ser evaluada: construyen hegemonía. Por lo tanto, la producción de estos bienes reproducen estereotipos y generan operaciones que reivindican ciertas identidades culturales en contra de otras. Esto genera una suerte de ‘cultura global’ que no es nada más ni nada menos que una hegemonización de un centro sobre una periferia. Así es común que los aliens invaden solo Estados Unidos y la población sepa dónde está Texas y no donde se encuentra Potosí en un mapa. La convergencia digital es un fenómeno en sí mismo que merece ser estudiado con cuidado, pero sin lugar a dudas, los enfoques culturales decolonizantes deben estar en los procesos de regulación de lo digital.
Esta discusión debería haberse tenido hace 20 años. La pandemia lo único que hizo fue desnudar esta concentración y, lejos de una dinámica de reclamar, entendemos que los caminos están para ser transitados. Pero no hay que perder tiempo. La democratización del espectro digital se encuentra en su génesis, no hay que olvidarse que internet nunca fue pensado como una mercancía, y sin embargo en eso se convirtió. La discusión ya empezó a ponerse sobre la mesa con sociedades que exigen Estados presentes. No es desubicado pensar inclusive, en la creación de tecnologías nacionales estratégicas que permitan pensar en desarrollos con anclaje local y participación estatal. Mientras tanto, los ojos del mundo miran la discusión europea, que puede pavimentar nuevas relaciones entre los estados contemporáneos y la regulación de los fenómenos informáticos.